miércoles, 7 de octubre de 2009

LA CULTURA DE CHOQUE Y FUGA

Posteo los publicado en el comercio por el Linguista Eduardo Zapata una reflexión sobre nuestra sociedad Peruana.

Cuando se hace un análisis lingüístico de frecuencia léxica y semántica en el discurso político, las palabras “sostenibilidad” e “institucionalidad” ocupan los primeros lugares.

Ambas palabras constituyen ya un lugar común en el discurso de los analistas. Y, a pesar de ser palabras multisilábicas y por eso difíciles, aparecen con menor frecuencia —pero aparecen—en el decir de los actores políticos mismos.

Y ciertamente ambas palabras y aquello a lo que se refieren son ausencias constatables en nuestra frágil democracia. Allí está la inoperancia de un Estado insostenible para recordárnoslo; allí está la poca independencia de poderes, sustento de una democracia declarada; allí, los tránsfugas de todos los días.

No parecen, pues, nuestras organizaciones políticas ni nuestras instituciones llamadas democráticas existir bajo el signo de la institucionalidad. Y de esta ausencia se deriva la poca fe en su sustentabilidad.

“Por mi mejoría mi casa dejaría”... decía ayer una vieja expresión popular. Y ahora, de pronto, nos vamos quedando sin productos de bandera en la televisión, la radio, la prensa escrita y hasta en la propia opinología oficial. Hoy las voces identificatorias de ayer migran con extrema facilidad.

Los jóvenes ingresan a un trabajo pensando ya en el otro. Los juramentos de amor “hasta que la muerte nos separe” no conocen tampoco de institucionalidad ni sostenibilidad. Las adhesiones a nobles causas y cruzadas saben también de duraciones efímeras. Los enamoramientos no pasan tampoco de simples clics transitorios. Los trabajos son todos, casi sin excepción, instantáneas que no duran ya más de dos años. El Estado —¡cómo no admitirlo!— no tiene adherentes permanentes. Las naciones, en fin, se diluyen en intereses acaso realizables en otras naciones.

La vida nos va poniendo, entonces, ante la evidencia de que la institucionalidad y la sustentabilidad parecen ya especies en extinción que no son categorías sine qua non de las democracias. Pareciésemos más bien transitar por los senderos de democracias sin instituciones.

Francis Aimini, un personaje farandulero pero por eso filósofa de nuestros tiempos, acuñó la frase “choque y fuga” para caracterizar las relaciones de pareja hoy. Con los ejemplos que hemos dado, podríamos extender el término a otras esferas de los contratos individuales y colectivos.

¿No será, acaso, que la cultura de la instantaneidad y del discurso sin fin de la electronalidad viene ya signando nuestras interacciones? ¿No será que la velocidad y ubicuidad electronales nos impiden ser fieles a la pareja, a la familia, al trabajo, a la causa noble (o innoble), a la ideología, al propio Estado?

Los comunicadores de verdad lo saben. Posicionamiento y fidelidad hacia los productos son exigencias del mercado. Hoy más que nunca, pues estamos ante un público-objetivo “por naturaleza” infiel.

¿Podremos lograr institucionalidad y sustentabilidad con viejas recetas o parches a un Estado desfasado y por eso decrépito e ineficiente?

Solo tres palabras garantizan la interiorización y permanencia de los signos: predicatividad, gratificación y economía. En ese orden.

Predicatividad significa que los signos deben decir realmente algo sobre las cosas; gratificación supone que los signos tengan la capacidad de satisfacer expectativas de la gente; y economía alude a que los receptores perciban una relación costo/beneficio ventajosa.

Reforma del Estado, entonces; no vueltas a tiempos idos. Requerimos valentía para preguntarnos si las viejas instituciones que asumimos como piedras angulares de la democracia son hoy viables. ¿Es solo un asunto de “humor” circunstancial, por ejemplo, la animadversión de la gente por la institución llamada Congreso, o es más bien testimonio y evidencia de una institución percibida como caduca?

El ciudadano-consumidor (hoy también productor y, entonces, nunca más solo receptor pasivo) está signado por una provechosa infidelidad. Esa que obliga a tener que ganar su amor y adhesión todos los días. Esa que obliga a que el Estado nunca tome distancia —y menos se olvide—de sus usuarios.

Electronalidad y globalización nos sitúan ante la verdad del “choque y fuga”. ¿Nos animaremos a una reforma del Estado atenta de veras a la predicatividad, la gratificación y la economía? ¿Nos animaremos a eliminar —sí, eliminar— instituciones anacrónicas y viejas utopías? ¿Nos animamos, en fin, a una tercerización efectiva del Estado —en todos sus niveles— para de veras incluir, tener un Estado eficiente y así institucionalizar y sostener formas de gobierno estables?

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