jueves, 17 de diciembre de 2009

EL AMOR DE LA ECONOMÍA

por Sheldon Richman

Recientemente asistí a una conferencia sobre las relaciones románticas, durante la cual algunos miembros de la audiencia se estremecieron cuando el disertante invocó a la economía a efectos de respaldar su análisis. Más allá de los obvios aspectos financieros, mucha gente no entendió qué tiene que ver dicha ciencia con el noviazgo y el matrimonio. Esto pone de manifiesto la desafortunada visión que de esta disciplina tiene mucha gente.
La economía no es esencialmente algo relacionado con el dinero o los mercados bursátiles. Esos son aspectos dentro de la ciencia económica. La misma consiste en el estudio de ciertas implicancias y consecuencias de la acción humana; de allí el título de La Acción Humana que lleva la obra magna de Ludwig von Mises.
"La acción humana implica un comportamiento deliberado", escribe Mises al comenzar su tratado. Podemos identificar una amplia serie de hechos respecto de la acción humana, sin necesidad de realizar una "investigación". Esto es lo que diferencia a la economía de la física. En economía, el individuo constituye la unidad de análisis, y el hecho de conocerlo interiormente, nos permite hablar al respecto.
Como seres humanos podemos observar introspectivamente aquello relacionado con la acción. En contraste, cuando observamos a las estrellas o a las moléculas, somos agentes externos. Podemos efectuar repetidas observaciones y experimentos a efectos de descubrir los principios y las vinculaciones entre las distintas entidades, pero no podemos tener el mismo conocimiento intimo que sí podemos lograr acerca de la acción humana.
Todos podemos fácilmente observar que al actuar muchas cosas deben ser ciertas. Una acción consiste en la consecución de un objetivo, o de un fin, empleando los medios percibidos como los apropiados a tal efecto. Esta circunstancia, tiene diversas implicancias. Actuar implica elección. El alcanzar un fin significa haberlo escogido entre varias alternativas, incluida la opción de "no hacer nada". El embarcarnos en un curso de acción orientada a obtener un fin, es una forma de intercambio.
El sujeto actuante opta por un particular estado de cosas que no alcanzaría en caso de abstenerse de actuar. Implícita en la necesidad de elegir, se encuentra la idea de la escasez. Todos los medios, comenzando con el tiempo, son escasos. Uno no puede elegir A y no A al mismo tiempo. No se puede "tenerlo todo".

EL COSTO DE OPORTUNIDAD

Si la acción implica elección de una cosa en desmedro de otra, toda acción requiere entonces apartarse de algo, a lo que podemos denominar aquella alternativa no alcanzada que era altamente apreciada. La alternativa descartada constituye el costo de la acción, más precisamente el costo de oportunidad. Podemos decir con certeza que, cuando actuamos, valoramos la satisfacción que nos brida alcanzar el bien buscado en mayor medida que la satisfacción que proporciona el más alto de los valores desechados. (La satisfacción anticipada no puede ser mensurada o sujeta a operaciones matemáticas; ni puede compararse de persona a persona)
Muchos han criticado este análisis Misiano, sosteniendo que es una mera tautología, válida por definición. Pero claramente, es más que eso. Nuestra acción evidencia una preferencia por el objetivo elegido por sobre cualquier otra cosa que uno hubiere podido alcanzar. De ahí la expresión acuñada por Murray Rothbard de "preferencia demostrada". Esta no es una mera tautología; es una verdad que resalta y cobra sentido en virtud de nuestras observaciones del mundo humano. Un intento por refutarlo es en sí misma una contradicción: dicho intento requerirá de actuar. En consecuencia, estos principios de la acción humana adquieren el status de un axioma.
El focalizar en la selección individual de metas no presupone egoísmo u otra categoría ética. Tampoco presupone que esa meta deba ser dinero u algún otro bien material. Estos principios son validos tanto para la Madre Teresa como para John D. Rockefeller.
Cada uno elige sus objetivos y los apropiados (a su juicio) medios para alcanzarlos. La Madre Teresa deseaba ser eficiente en su ministerio en favor de los pobres en la India, así como Rockefeller anhelaba ser eficiente en producir kerosene a partir del petróleo crudo. Sus fines particulares les dictaban qué era lo que significaba "eficiencia", pero las circunstancias eran conceptualmente las mismas. A la Economía no le concierne ni por qué la gente toma ciertas elecciones, ni qué es lo que deberían de elegir. Esas cuestiones corresponden a la psicología y a la ética.

LA UTILIDAD MARGINAL

Una implicancia remota de la acción humana es la ley de la utilidad marginal decreciente. Actuamos para obtener valores, en efecto, acordes a una escala de importancia descendente. A medida que obtenemos sucesivas unidades de un bien, las asignamos a prioridades de menor jerarquía. Cada una de las unidades será sólo tan importante como lo es la prioridad más remota.
Por ejemplo, dispongo de tres vasos con agua y planeo asignarlos a los siguientes tres objetivos: palear mi sed, mitigar la sed de mi perro y regar un helecho. Si yo comienzo a beber y accidentalmente derramo el vaso, yo no me resignaré a continuar con sed y no destinaré los vasos restantes a los otros objetivos. En cambio, moveré los vasos que restan de manera ascendente en mi escala valorativa, dejando incumplido el objetivo menos importante (Perdóname helecho). En otras palabras, el valor que le daré a cualquier unidad de un bien está determinado por el valor que para mí posea el fin menos importante que el bien pueda satisfacer. La utilidad de la unidad marginal (la última o la siguiente obtenida) disminuye a medida que yo adquiero más.
Todo esto se aplica a un individuo actuando en forma aislada, lo que Mises llama el "intercambio autista". Pero tales principios también se aplican al intercambio entre individuos, que es el aspecto que preocupa a la mayoría de los economistas. Las cosas pueden tornarse más complicadas - el dinero eventualmente sustituyó al trueque, grandes estructuras de producción emergieron - pero el concepto es el mismo.
El intercambio entre dos personas involucra algunas verdades necesarias. Cada parte intenta obtener un valor mediante ese intercambio. Cada una pretende entregar menos de lo que va a recibir. ¿De otra manera, por qué habrían de efectuar el intercambio?. Cada uno obtiene una ventaja. Hay un "sobrante" de cada lado. Tenemos la misma cantidad total del bien en cuestión, solo que cambió de mano. Así, cada cual posee "más" que al comienzo (Cada parte, siendo falibles, puede errar y arrepentirse del intercambio. Pero cada una mantuvo la relación a la espera de una ganancia).
Es un buen momento para esgrimir la idea del subjetivismo, un concepto no muy bien comprendido. El aspecto económico del subjetivismo difiere de su significado en el plano de la ética. En ética, subjetivismo significa que los seres humanos pueden arbitrariamente determinar qué es bueno para ellos. En economía, quiere decir que para comprender distintos fenómenos del mercado, tal como los precios, el foco debe situarse sobre los sujetos - seres actuantes - no en los objetos. (En este sentido, no existe conflicto alguno entre Mises y Ayn Rand).
Lo que observamos en los mercados surge de las decisiones que la gente efectúa respecto de las distintas cosas, basadas en sus creencias e intenciones, y no en algo intrínseco a dichas cosas. El precio de un veneno mortal de acción retardada comenzará a subir en la medida que la gente erróneamente crea que resulta nutritivo. Pero el veneno continuará matándolos.
Una vez que la economía es vista como focalizada en la elección humana, no cuesta mucho ver su relevancia en otras áreas de la vida que usualmente no son pensadas en términos económicos, como el noviazgo y el matrimonio. Ello no implica afirmar que la economía sea algo tan importante, sino simplemente que resultan de aplicación las leyes de la acción humana.

Sheldon Richman es editor de la revista The Freeman: Ideas on Liberty (The Foundation for Economic Education) y miembro de The Future of Freedom Foundation.
Este artículo fue originalmente publicado en la revista The Freeman: Ideas on Liberty.
Traducción de Gabriel Gasave.

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